Carta del compañero Ruben Espinosa a 30 años del golpe
a los amigos, porque somos uno en el afecto,
a los compañeros, los que compartimos el mate, la alegría, el trabajo y la esperanza,
a los camaradas, porque nos consideramos común.
Restan pocos horas para el 24 de marzo, a 30 años del golpe militar, y decenas de iniciativas de todo tipo y calibre, coronadas por una ley que decreta el feriado, se han lanzado a la conmemoración, y junto a estas, los medios todos gastan litros de tinta, metros de papel, horas televisivas interminables, celuloide? que ponen en el candelero el horror del genocidio, la perversión de la Junta, la transformación de la Argentina en el último cuarto de siglo? a través de los escritos y los decires de personajes que ?en su inmensa mayoría, conforman una tribu de arrepentidos-oportunistas ?cuando no, de aquellos transformistas que por esos años no dudaron ni un instante en apoyar el golpe.
Por cierto que nadie que posea un mínimo de humanización puede sentirse ajeno o distante al dolor que desatan los 30.000 muertos-desaparecidos, ni ante la angustia y el sufrimiento que marcó los cuerpos y la subjetividad de millones de argentinos del '76 hasta nuestros días, pero ni el horror ni el dolor nos puede enceguecer tanto como para quedar atrapados en la impresionante maniobra de sobrecodificación que el capital a lanzado sobre el movimiento, intentando -cuando menos, instaurar una serie de signos desde los cuales -y bajo la consigna de mantener viva la memoria; se sepultan los auténticos acontecimientos que jalonaron la historia del movimiento ?cuando menos, en la segunda mitad del siglo XX, desde el 17 de octubre del '45 al 19-20 de diciembre del 2001, repitiendo así la maniobra que pone al accionar del capital por encima del hacer del movimiento.
No necesitamos una fecha que conmemore el horror ni la muerte, porque ello es conmemorar una supuesta derrota ?que algunos, piadosamente, hoy caracterizan como "reflujo", cuando en realidad, solo resulta tal por la sobrecodificación. Solo el espíritu en su concepción dialéctica-hegeliana se reconoce como trágico, escéptico, triste, los auténticos materialistas, los que nos consideramos dialécticamente negativos, no solemos dar vuelta la cara ni ante la miseria ni el dolor, pero no somos necrofílicos ni vamos a ofrecer una resignación tal que desplace al movimiento del centro de la escena.
Nuestros muertos-desaparecidos viven en todos y en cada uno de nosotros y cada momento de nuestra vida, nuestro rechazo hacia la violencia del capital constituye uno de los ejes que dan sentido a nuestra existencia, pero lo medular es que junto a todo esto vive, codo a codo, el fluir constante, permanente, de una potencia que tiene por sentido el combate contra la dominación, es decir, contra todo aquello que aparece como realmente existente por obra de las codificaciones-agenciamientos que el capital realiza en cada instante, y que se traduce en lucha política antagónica -y por ende, autónoma, del proletariado.
No necesitamos de la conmemoración del 24 de marzo, ni que nos recuerden a nuestros muertos-desaparecidos, ni que nos señalen la perversión de algunos; precisamos festejar la alegría del 17 de octubre, la resistencia peronista, la ola impresionante del rosariazo-cordobazo-rosariazo, aquella manifestación inmensa del 20 de junio del '73, los sabotajes obreros y la lucha de madres y abuelas durante la dictadura, la bronca de los saqueos y las barricadas del '89, las ocupaciones de tierras de principios de los '90, los cortes, las huelgas y las marchas que jalonaron el 2000-2001, el voto-no del 14 de octubre del 2001, el combate del 19-20 de diciembre, la multitud en las calles y en las plazas de los primeros meses del 2002, y ?por sobre todo, el goce que recorre a millones de hombres, mujeres y jóvenes que todos los días torciéndole el brazo al hambre y la desesperación, bregan de mil maneras, con conciencia o sin ella, por un mundo, por una vida que merezca ser vivida,
No necesitamos conmemorar, lo que nos falta -porque nos la han arrebatado, es el festejo y el goce.
a los compañeros, los que compartimos el mate, la alegría, el trabajo y la esperanza,
a los camaradas, porque nos consideramos común.
Restan pocos horas para el 24 de marzo, a 30 años del golpe militar, y decenas de iniciativas de todo tipo y calibre, coronadas por una ley que decreta el feriado, se han lanzado a la conmemoración, y junto a estas, los medios todos gastan litros de tinta, metros de papel, horas televisivas interminables, celuloide? que ponen en el candelero el horror del genocidio, la perversión de la Junta, la transformación de la Argentina en el último cuarto de siglo? a través de los escritos y los decires de personajes que ?en su inmensa mayoría, conforman una tribu de arrepentidos-oportunistas ?cuando no, de aquellos transformistas que por esos años no dudaron ni un instante en apoyar el golpe.
Por cierto que nadie que posea un mínimo de humanización puede sentirse ajeno o distante al dolor que desatan los 30.000 muertos-desaparecidos, ni ante la angustia y el sufrimiento que marcó los cuerpos y la subjetividad de millones de argentinos del '76 hasta nuestros días, pero ni el horror ni el dolor nos puede enceguecer tanto como para quedar atrapados en la impresionante maniobra de sobrecodificación que el capital a lanzado sobre el movimiento, intentando -cuando menos, instaurar una serie de signos desde los cuales -y bajo la consigna de mantener viva la memoria; se sepultan los auténticos acontecimientos que jalonaron la historia del movimiento ?cuando menos, en la segunda mitad del siglo XX, desde el 17 de octubre del '45 al 19-20 de diciembre del 2001, repitiendo así la maniobra que pone al accionar del capital por encima del hacer del movimiento.
No necesitamos una fecha que conmemore el horror ni la muerte, porque ello es conmemorar una supuesta derrota ?que algunos, piadosamente, hoy caracterizan como "reflujo", cuando en realidad, solo resulta tal por la sobrecodificación. Solo el espíritu en su concepción dialéctica-hegeliana se reconoce como trágico, escéptico, triste, los auténticos materialistas, los que nos consideramos dialécticamente negativos, no solemos dar vuelta la cara ni ante la miseria ni el dolor, pero no somos necrofílicos ni vamos a ofrecer una resignación tal que desplace al movimiento del centro de la escena.
Nuestros muertos-desaparecidos viven en todos y en cada uno de nosotros y cada momento de nuestra vida, nuestro rechazo hacia la violencia del capital constituye uno de los ejes que dan sentido a nuestra existencia, pero lo medular es que junto a todo esto vive, codo a codo, el fluir constante, permanente, de una potencia que tiene por sentido el combate contra la dominación, es decir, contra todo aquello que aparece como realmente existente por obra de las codificaciones-agenciamientos que el capital realiza en cada instante, y que se traduce en lucha política antagónica -y por ende, autónoma, del proletariado.
No necesitamos de la conmemoración del 24 de marzo, ni que nos recuerden a nuestros muertos-desaparecidos, ni que nos señalen la perversión de algunos; precisamos festejar la alegría del 17 de octubre, la resistencia peronista, la ola impresionante del rosariazo-cordobazo-rosariazo, aquella manifestación inmensa del 20 de junio del '73, los sabotajes obreros y la lucha de madres y abuelas durante la dictadura, la bronca de los saqueos y las barricadas del '89, las ocupaciones de tierras de principios de los '90, los cortes, las huelgas y las marchas que jalonaron el 2000-2001, el voto-no del 14 de octubre del 2001, el combate del 19-20 de diciembre, la multitud en las calles y en las plazas de los primeros meses del 2002, y ?por sobre todo, el goce que recorre a millones de hombres, mujeres y jóvenes que todos los días torciéndole el brazo al hambre y la desesperación, bregan de mil maneras, con conciencia o sin ella, por un mundo, por una vida que merezca ser vivida,
No necesitamos conmemorar, lo que nos falta -porque nos la han arrebatado, es el festejo y el goce.