ARTÍCULOS DE OPINIÓN 19-7-06
Campesinos e indígenas paraguayos heridos por represión policial
@DIN, 17 de julio de 2006 -Varios campesinos e indigenas quedaron heridos durante un ataque de la Policia hoy en Capiibary. Este lunes en Capiibary, departamento de San Pedro, en el marco de una jornada de protesta que implementaron contra el gobierno del presidente Nicanor Duarte Frutos, fueron atacados bárbaramente, según informaron organizaciones de Derechos Humanos.Luis Aguayo, de la MCNOC, denunció la acción desmedida perpetrada por los agentes del orden en contra de los campesinos y de los nativos que exigen que sus derechos sean respetados por el Poder Ejecutivo.Aguayo señaló que al menos cuatro de los manifestantes quedaron malheridos debido a la golpiza que recibieron de parte de los uniformados.Añadió el dirigente campesino que la medida de fuerza sigue con normalidad en las zonas de Itapúa, Caaguazú, Guairá, Misines y Canindeyú, entre otros.
Movilización
La Mesa Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas (MCNOC) anunciaron había retomado hoy las movilizaciones iniciadas la semana pasada ?en cerca de 10 puntos del país? reclamando tierras, créditos y el pago del subsidio algodonero."Si no hay respuestas positivas (del Gobierno) vamos a extremar nuestras medidas de fuerza. Por eso ese día llegarán más compañeros para apoyarnos. Este gobierno no nos va a hacer correr. Mientras buscamos mejorar nuestras condiciones de vida y de los compatriotas ellos ofrecen garrotes?, indicó, Severiano Ojeda, dirigente de Capiibary, departamento de San Pedro.En esta zona, los labriegos ocuparon los inmuebles que figuran a nombre Peter Kennedy y Aníbal Valdemir, respectivamente, lo que produjo la represión de la Policía Nacional y cascos azules. Las protestas de la MCNOC se iniciaron el martes pasado, con cierres de rutas, marchas y ocupaciones. El principal reclamo de la organización es la compra de tierra para unas 3 mil familias, y ayuda crediticia para 30 mil productores.
Comunicado(Enviado por el MCNOC)
Barbara y criminal represión hoy a las 11:30 en Capiibary a los compañeros y compañeras que se manifestaban esta mañana, hiriendo gravemente a cinco compañeros/as, que se encuentran actualmente en Urgencias del hospital de Capiibary.
Nombre de heridos en Capiibary 17/07/06
1. Angélica Gonzáles (Indígena)*2. Elisa Cano (Indígena)*3. Celestino Sánchez*4. Ricardo Fernández*5. Mari Rodriguez *
* En Urgencias en el Hospital de Capiibary
Nombre de los detenidos en desalojos 11/07/06 y remitidos en la Penitenciaria de Coronel Oviedo departamento de Caaguazú.
1. Victoriano Benitez, 35 años.2. Mauricio Giménez Paredes 52 años.3. Delio Espíndola Pereira 20 años.4. Reinaldo Martínez Alfonso 40 años. 5. Nelson Guzmán Fretes 28 años. 6. Juan Flecha Romero 43 años.7. Juan Mercado Draquefor (herido) 8. Pedro Vargas Basan (herido)
Bombas sobre el Libano: Queda claro que el objetivo de la venganza israelí es acabar con la ciudad
Por Robert Fisk The Independent
Beirut, 18 de julio. El año 551, la esplendorosa y rica ciudad de Bertius, cuartel de la flota imperial romana en el oriente del Mediterráneo, fue sacudida por un tremendo terremoto. El mar se replegó varios kilómetros y los sobrevivientes, antepasados de los libaneses actuales, caminaron sobre la arena para saquear barcos mercantes hundidos desde hacía tiempo, que ahora se revelaban a sus ojos. Y entonces, un muro acuático más alto que un tsunami regresó para sepultar la ciudad y matar a casi todos. Tan terrible daño sufrió la antigua Beirut, que el emperador Justiniano envió oro de Constantinopla en compensación para cada familia que quedó
Algunas ciudades parecen sufrir una condena eterna. Cuando los cruzados llegaron a Beirut de camino a Jerusalén, en el siglo XI, dieron muerte a todo hombre, mujer y niño en la ciudad. En la Primera Guerra Mundial, la Beirut otomana padeció una hambruna terrible; el ejército turco había decomisado todo el grano y las potencias aliadas tenían bloqueada la costa. Aún poseo algunas viejas postales que compré aquí hace 30 años, de niños flacos como varas, parados frente a un orfanato, desnudos y abandonados.
Una estadunidense que vivía aquí en 1916 describió cómo "pasaba al lado de mujeres y niños que yacían a la vera del camino con los ojos cerrados y rostros de palidez fantasmal. Era común encontrar gente rebuscando en la basura cáscaras de naranja, viejos huesos y otros desperdicios que devoraba con fruición al encontrarlos. Por todos lados se veían mujeres buscando hierbas comestibles entre el pasto de los campos..."
¿Cómo le pasa esto a Beirut? Durante 30 años he observado a este lugar perecer, levantarse de la tumba y volver a morir, con sus edificios de departamentos tan salpicados de agujeros de bala que parecen de encaje, y sus moradores matándose entre sí.
Viví aquí 15 años de una guerra civil que cobró 150 mil vidas, así como dos invasiones y años de bombardeos por parte de Israel que costaron la vida a otros 20 mil de sus habitantes. Los he visto sin brazos, sin piernas, acuchillados, bombardeados y salpicados sobre los muros de las casas. Y sin embargo son personas excelentes, educadas, cuya generosidad asombra a todo extranjero, cuya gentileza avergüenza a cualquier occidental, y cuyo sufrimiento casi siempre hemos olvidado.
Los pobladores de Beirut son parecidos a nosotros los europeos. Tienen la piel clara y hablan bellamente el inglés y el francés. Viajan por el mundo; sus mujeres son glamorosas, y su comida, exquisita. Pero, ¿qué decimos de su destino este día, cuando los israelíes -en algunos de sus ataques más crueles a esta ciudad y al campo circundante- los arrancan de sus hogares, les lanzan bombas cuando van cruzando puentes sobre ríos, les cortan el suministro de comida y electricidad? Decimos que ellos comenzaron esta guerra, y comparamos sus espantosas bajas -en total 240 en todo Líbano hasta la noche de este martes- con los 24 muertos en Israel, como si las cifras fueran iguales.
Y luego, lo más vergonzoso: los abandonamos a su destino como si fueran un pueblo infectado y empleamos el tiempo en desalojar a nuestros preciosos extranjeros mientras fruncimos un poquito el ceño ante la "desproporcionada" respuesta de Israel a la captura de sus soldados por Hezbollah.
Este martes caminé por el desierto centro de Beirut y me recordó más que nunca un gran estudio cinematográfico, un lugar de sueños demasiado hermosos para durar, un fénix resurgido de las cenizas de una guerra civil con plumaje tan refulgente que cegó a su propio pueblo. Esta parte de la ciudad -alguna vez una Dresde en ruinas- fue reconstruida por Rafiq Hariri, el primer ministro asesinado apenas a kilómetro y medio de allí, el 14 de febrero del año pasado.
La devastación de aquel estallido de bomba -terrible precursor de la guerra actual, en la cual el legado de Hariri es objeto del vandalismo israelí- aún se ve al lado del Mediterráneo, en espera de que el último investigador de la ONU busque pistas del asesinato... un investigador que hace mucho abandonó esta ciudad sitiada para refugiarse en Chipre.
En el vacío restaurante Etoile -los mejores mariscos y el mejor capuchino de Beirut, donde Hariri alguna vez invitó a comer a Jacques Chirac-, me senté en la banqueta y observé a la guardia parlamentaria patrullando aún la fachada del emporio de construcción francesa que alberga lo que queda de la democracia en Líbano. Muchas de estas calles fueron construidas por parisienses en tiempos del mandato francés y han sido restauradas con gusto exquisito, engalanando sus umbrales de imitación árabe con columnas romanas cavadas de la antigua Vía Máxima, que se yergue a unos metros.
Hariri amaba este lugar y cierto día, al invitarle una cerveza a Chirac, vio que estaba yo sentado a una mesa. "¡Ah, Robert, ven acá!" rugió, y luego se volvió hacia Chirac como un gato a punto de engullirse un canario. "Quiero presentarte, Jacques, al reportero que dijo que yo no podría reconstruir Beirut."
Y ahora están volviendo a destruirla. El Aeropuerto Internacional Mártir Rafiq Hariri ha sido atacado tres veces por los israelíes; sus relucientes pasillos y tiendas de lujo vibran cuando los misiles se estrellan en las pistas y las estaciones de recarga de combustible. El espléndido viaducto trasnacional de Hariri ha sido derruido por los bombarderos. La mayoría de los puentes de su autopista han sido arrasados. El faro de estilo romano fue derribado por un misil lanzado desde un helicóptero Apache. Sólo esta pequeña gema de restaurante en el centro de la ciudad se ha salvado. Hasta ahora.
Son los barrios pobres de Haret Hreik, Gobeiri y Shiya los que han sido reducidos a escombros, enviando a un cuarto de millón de musulmanes chiítas a buscar refugio en escuelas y parques abandonados en toda la ciudad. Allí, cierto, estaba el cuartel de Hezbollah, otro de esos "centros del terror mundial" que Occidente sigue descubriendo en tierras musulmanas. Allí vivían Sayed Hassan Nasrallah, líder del Partido de Dios, hombre despiadado, cáustico y calculador, y Sayad Mohamed Fadlallah, uno de los clérigos más sabios y elocuentes, así como muchos de los principales planeadores militares de Hezbollah, entre ellos, sin duda, los que prepararon durante muchos meses la captura de los dos soldados israelíes el miércoles pasado.
Pero ¿acaso las decenas de miles de pobres que viven aquí merecían este castigo en masa? Tratándose de un país que presume de su precisión milimétrica -noción dudosa en cualquier caso, pero no se trata de eso ahora-, ¿qué nos dice de Israel este acto de destrucción? ¿O de nosotros mismos? En un edificio moderno de la zona hasta hoy indemne de Beirut, me topo por casualidad con una prominente figura de Hezbollah, de camisa blanca sin corbata, traje oscuro y zapatos impecables. "Si es necesario continuaremos durante días, semanas, meses o...", y lleva esas espantosas estadísticas con los dedos de la mano izquierda. "Créame, tenemos sorpresas aún más grandes para los israelíes, mucho más grandes, ya lo verá. Luego nos darán a nuestros prisioneros y sólo harán falta unas cuantas pequeñas concesiones."
Al salir, siento como si me hubieran golpeado en la cabeza. En el muro de enfrente hay una buganvillia morada, un jazmín blanco y un mazo de gardenias. Los libaneses aman las flores, su color y aroma, y Beirut está tapizada de árboles y arbustos que huelen a paraíso.
En cuanto a las masas apretujadas que han huido de los escombros de los barrios pobres de Haret Hreik, en el sur, este martes encontré cientos de personas sentadas bajo los árboles o tendidas en la hierba rala detrás de una antigua fuente donada a la ciudad por el sultán otomano Abdul-Hamid. Cómo caen los imperios.
Muy lejos, sobre el Mediterráneo, se pueden ver dos helicópteros estadunidenses salidos del barco de combate Iwo Jima, que cruzan entre la bruma y el humo hacia el complejo fortificado de su embajada en Akwar, para evacuar más ciudadanos del Imperio estadunidense. Un imperio del que no salió una sola palabra para ayudar a los pobladores acostados en el parque, para ofrecerles comida o auxilio médico.
Y sobre todos ellos se extiende un humo gris oscuro que va cubriendo la ciudad entera, a medida que los incendios de las terminales petroleras y los edificios se transforman en un coctel de aire sulfuroso que se infiltra bajo nuestras puertas y a través de nuestras ventanas. Lo huelo al despertar por las mañanas. La mitad de la gente de Beirut tose en esta suciedad, respirando su propia destrucción mientras contempla a sus muertos.
La rabia que cualquier alma humana debe sentir ante tal sufrimiento y privación fue bien expresada por el más grande poeta libanés, el místico Jalil Gibrán, al escribir sobre el medio millón de sus compatriotas que perecieron en la hambruna de 1916, la mayoría residentes de Beirut:
Mi pueblo murió de hambre, y quien no murió de hambre fue asesinado con la espada. Murieron de hambre En una tierra rica en leche y miel. Murieron porque las víboras Y los hijos de las víboras escupieron veneno en el espacio donde los Cedros Sagrados y las rosas y los jazmines rezuman su fragancia.
Y la espada sigue abriéndose paso a través de Beirut. Cuando parte de un avión -tal vez la punta del ala de un F-16 alcanzado por un misil, aunque los israelíes lo niegan- descendió como rayo sobre los suburbios del este, el fin de semana, corrí al lugar del impacto y encontré un conductor parcialmente decapitado en su auto y tres soldados de una unidad de logística del ejército libanés. Estos son los curtidos y valientes soldados no combatientes de Kfar Chim, que en estos seis días han estado reparando ductos de agua potable y electricidad para mantener a Beirut con vida.
Uno de ellos me reconoció. "¡Hola, Robert! Apúrese porque creo que los israelíes van a volver a bombardear, pero le enseñaremos todo lo que podamos." Y me hicieron cruzar las llamas para mostrarme lo que podían de la devastación, rodeándome para protegerme.
Y unas horas después, en efecto, los israelíes volvieron, cuando los hombres de la pequeña unidad logística se habían ido a dormir. Bombardearon el cuartel y mataron a 11 soldados, entre ellos aquellos tres hombres nobles que me cuidaron entre las llamas en Kfar Chim.
¿Y por qué? No lo duden: los israelíes sabían lo que atacaban. Por eso mataron a nueve soldados cerca de Trípoli cuando bombardearon las antenas de la radio militar. Pero, ¿una unidad de logística? ¿Hombres cuyo único trabajo era reparar ductos de electricidad?
Y de pronto me doy cuenta. Beirut debe morir. Debe ser privada de electricidad ahora que la estación de energía en Jiyeh está en llamas. A nadie se le permitirá mantener con vida esta ciudad. Por eso había que liquidar a esos pobres hombres.
Los beirutíes son gente correosa, que no huye con facilidad. Pero al final de la semana pasada muchos quedaron agobiados al ver en sus periódicos la foto de una niña, descartada como una flor marchita, en un campo cercano a Ter Harfa, con los pies apoyados en los talones, la mano exangüe sobre el roto piyama azul, y los ojos -bajo el largo cabello- cerrados, vueltos hacia el lado opuesto de la cámara. Había sido otro blanco "terrorista" de Israel, y varias personas, yo entre ellas, vimos una aterradora similitud entre esa imagen y la fotografía de una niña polaca que yacía muerta en un campo junto a su hermana, que lloraba, en 1939.
Me dirijo a casa y hurgo en mis archivos, en busca de fotos de la invasión israelí de 1982. Hay más imágenes de niños muertos, de puentes destrozados. "Los israelíes amenazan con invadir Beirut", proclama un titular. "Represalia israelí." "Líbano en guerra." "Beirut, bajo sitio." "Masacre en Sabra y Chatila."
Sí, con qué facilidad olvidamos aquellas matanzas. Hasta mil 700 palestinos fueron masacrados en Sabra y Chatila por milicianos cristianos aliados de Tel Aviv mientras soldados israelíes -según atestiguaron ellos mismos ante un tribunal inquisidor de su país- observaban la matanza. Dejé de contar los cadáveres cuando llegaron a 100. Muchas de las mujeres habían sido violadas antes de pasarlas a cuchillo o rematarlas a tiros.
Sin embargo, la semana pasada, cuando me alejaba del sitio del bombardeo en Ghobeiri con mi chofer, Abed, pasamos por la entrada de ese campamento, en el preciso lugar donde vi a los primeros palestinos asesinados. Y no pensamos en ellos. No nos acordamos de ellos. Había muertos en Beirut y tratábamos de conservarnos con vida en la ciudad, como lo he hecho durante 30 años.
Cuando vuelvo a la costa suena mi teléfono celular. Es una mujer israelí que llama desde Estados Unidos, autora de una excelente novela sobre los palestinos. "Robert, por favor cuídate", dice. "Me siento terrible por lo que les hacen a los libaneses. Es imperdonable. Ruego a Dios por los libaneses, y por los palestinos, y por los israelíes."
Le agradezco su consideración y la forma graciosa y generosa en que condena esta matanza. Luego, en mi balcón -una mirada para verificar la ubicación de la lancha de guerra israelí, muy lejos entre el esmog marino-, encuentro recortes más antiguos. Este es de un periódico inglés de 1840, cuando Beirut era una gran ciudad otomana: "Beyrouth -dice-. La anarquía está hoy a la orden del día, nuestra seguridad personal y nuestros bienes están en peligro, no se puede obtener satisfacción, y se cometen crímenes con impunidad. Varios europeos han abandonado sus casas y suspendido sus asuntos, con el fin de encontrar protección en países más pacíficos".
Recuerdo que en la pared del comedor tengo una litografía pintada a mano de soldados franceses a su llegada a Beirut, en 1842, para proteger a los cristianos maronitas de los drusos. Acampan en el Jardin des Pins, que más tarde albergó la embajada francesa, donde hace apenas unas horas vi a hombres y mujeres franceses registrándose para la evacuación. Y, fuera de la ventana, escucho de nuevo el susurro de los jets israelíes, ocultos bajo el humo que ya se adentra 30 kilómetros en el mar.
Fairouz, la más popular de las cantantes libanesas, iba a presentarse este año en el festival Baalbek, hoy cancelado como todos los festivales de música, danza, teatro y pintura en la capital. Una de sus canciones más populares está dedicada a su ciudad natal:
A Beirut, paz a Beirut con todo mi corazón. Y besos, al mar y a las nubes, a esta roca de ciudad que parece la cara de un viejo marinero. Del alma de su pueblo hace vino; con su sudor elabora pan y jazmín. Y entonces, ¿por qué hoy sabe a humo y fuego?
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya - fuente: Izquierda.info-
En Constitución
Clase práctica sobre el Código Contravencional
-lavaca.org-
La muestra Ninguna mujer nace para puta, organizada por Ammar Capital, se instaló el viernes en la Plaza Constitución con sus camas, cajas y propuestas de debate. Margarita Meira, una de las 15 personas que estuvo 14 meses presa y el próximo 3 de octubre deberá sentarse en el banquillo de los acusados por protestar con el Código Contravencional- fue una de las oradoras. Cuando terminó el acto, tres patrulleros avanzaron contra su puestito de golosinas, lo confiscaron y detuvieron a un vendedor ambulante que intentó defenderla del atropello. El procedimiento, que estuvo sazonado con amenazas y fotos que tomó la policía de todos los presentes, fue ordenado por la fiscal María Valeria Massaglia.
Primero fue el debate teórico y enseguida, la demostración práctica. En el mismo momento en que la vendedora ambulante Margarita Meira -una de las 15 personas que estuvieron presas durante 14 meses por protestar contra el Código Contravencional-, terminaba de hablar en un actividad de repudio a esa norma, tres patrulleros se detuvieron frente a su puesto de turrones, alfajores y caramelos para decomisar toda la mercadería y llevar detenido a otro vendedor ambulante, Pedro Caraza. La encargada de dar vía libre al procedimiento fue la fiscal contravencional María Valeria Massaglia, quién también ordenó la detención de Caraza y el decomiso de la mercadería. Medidas, todas, dictadas sin ver lo que pasaba: la fiscal estaba en un teléfono celular desde el cual respondió a lavaca:
-Yo no tengo por qué dar ningún tipo de explicaciones.
En tanto, una docena de agentes desparramaba la mercadería de Meira y sin realizar ningún tipo de inventario ("la fiscal nos autorizó a no hacerlo", adujeron los agentes) la colocaba en bolsas que aplastaron en el baúl del patrullero. Fue el único procedimiento realizado ese día, a una hora desacostumbrada -eran casi las seis de la tarde- y en un momento que dejó un mensaje en el aire: Meira fue la única vendedora ambulante que había hablado en el acto organizado por Ammar Capital contra el Código Contravencional y en esa plaza.
Cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, Meira recorrió a la velocidad de la luz los 30 metros que separaban a su puestito de golosinas del lugar donde se desarrollaba el acto, en el medio de la Plaza Constitución. Una docena de policías, algunos de civil y otros de uniforme, rodearon rápidamente a la mujer y comenzaron a llevarse un tablón, los caballetes sobre los que se asentaba el improvisado kiosco y una cantidad de golosinas que entraban en un bolso rojo que no superaba al medio metro de altura.
-¿Tiene la habilitación? - preguntaba con arrogancia un oficial mientras blandía un acta contravencional a medio llenar.
Meira intentaba explicarle que las autoridades porteñas se habían comprometido a restituírsela cuando salió del penal de Ezeiza, pero que aún no le habían entregado la credencial. El oficial sólo respondía con la misma pregunta:
-¿Tiene habilitación?
Mientras tanto, Coraza -que había dejado su mercadería en el puesto de Margarita- imploraba que los dejaran ganarse el sustento:
- Queremos trabajar para comer. Vendía facturas y me dijeron que no podía. Ahora vendo alfajores y tampoco. ¿Qué tengo que hacer para vivir? ¿Quieren que salga a robar? ¿A vos te parece que puedo mantener cinco pibes con esto?
Apenas cinco minutos antes, Gerardo Fernández -abogado del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)- había explicado que el Código Contravencional criminaliza a la pobreza y que fue diseñado lleno de trampas. Había puesto como ejemplo, precisamente, a los vendedores ambulantes: "La norma dice que no está penada la venta callejera si es para la subsistencia. ¿Pero quién fija cuánto es la subsistencia? ¿Son diez caramelos? ¿Son 15 ó 400? Eso es subjetivo y lo termina fijando la policía. En realidad, el Código está pensado para preservar la caja chica de las comisarías, para que haya que pagar coimas. Por eso Constitución y Flores, dos zonas de muchos vendedores ambulantes y mujeres en estado de prostitución, son muy requeridas en la fuerza".
El agente que agitaba el acta ya tenía en sus manos dos documentos de identidad, pertenecían a personas que esperaban en la parada del colectivo y que habían sido elegidas como testigos. Caraza los miraba profundo y los interpelaba:
-Ustedes son obreros, laburantes como yo, no pueden declarar en contra mío.
Los testigos respondían en silencio. Parecían comprender la situación, aunque sucumbían al temor que imponía la policía. Mientras tanto, el subcomisario Florio, a cargo del operativo, comenzó a amenazar a Caraza:
- Si no se identifica lo voy a remitir a la fiscalía- atizaba el subcomisario.
El lugar comenzó a poblarse de periodistas que habían cubierto la muestra itinerante Ninguna Mujer Nace para Puta, montada esa tarde en Plaza Constitución para debatir el controvertido Código Contravencional. También se acercaron integrantes de distintas organizaciones sociales, curiosos y transeúntes. Con una pequeña cámara digital, un policía de civil le sacaba fotos a todos los participantes del encuentro. Su impunidad era tan grande, que no cesaba de obturar la cámara a pesar de haber sido interpelado por las organizadoras de la muestra. El fotógrafo policial -pelo engominado, campera y pantalón negro ceñidos al cuerpo- se llevó retratos de todos y cada uno, aunque no registró el operativo. De pronto, un señor sesentón, de traje y bigote muy prolijo, se salió de la parada del colectivo para increpar al subcomisario Florio:
-¿Por qué no van a buscar a los chorros, a los carteristas que afanan todo el día acá? Deje tranquila a esta gente que lo único que quiere es trabajar.
-No lo hacen porque esos los coimean - respondió Meira .
La respuesta del subcomisario fue una seña a un agente quien, inmediatamente, dobló el brazo de Caraza y lo metió a la fuerza dentro de uno de los patrulleros.
Cristian, el hijo adolescente del vendedor detenido, corrió al móvil policial para intentar proteger a su padre. Pero otro policía, alto, canoso y con los ojos desorbitados lo amenazó:
-Ándate de acá porque te voy a agarrar...Pensar que te tendría que haber levantado tantas veces y te salvé la cabeza. Pero ya te voy a dar...- le repitió una, dos, tres veces.
Si bien la Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos (AMMAR-Capital) había convocado a una jornada para debatir "las putas que parió este Código Contravencional" en la Plaza Constitución, la situación se convirtió en una clase espontánea sobre cómo funciona esa norma diseñada -según subrayó el abogado del CELS- para criminalizar la pobreza.
La jornada había comenzado con una imagen curiosa: un grupo de mujeres tendiendo dos camas a cielo abierto, de frente a un estático Juan José Castelli que con su mirada de bronce supervisaba todo desde un enorme pedestal. En las cabeceras, las almohadas interpelaban con leyendas provocativas: "Zona roja: territorio de explotación sexual delimitado por la corrupción policial", decía una. "Cliente: persona que paga por sexo y goza de impunidad social", definía otra. "¿Cuánto sin forro?", preguntaba una tercera. Las colchas, a su vez, denunciaban muertes, proxenetas y explotadores de distinta laya.
A los pies de las camas se levantaba una pirámide de cajas de cartón, las mismas que reparte el Gobierno de la Ciudad de Buenos de Aires como ayuda alimentaria para carenciados. En sus recovecos asomaba una botella de aceite, un paquete de arroz, otro de fideos, una caja de puré de tomate y un paquete de galletitas, todo sazonado con preservativos. Sonia Sánchez, integrante de AMMAR, daba vueltas alrededor de esa especie de Keops de la pobreza. Y, de repente, encaraba a algún transeúnte:
- Hermana, nosotros no queremos ser putas, pero el Estado te sostiene para que lo seas. Nos da diez forros por semana y una de estas cajas por mes para que lo sigamos siendo. Nosotros no queremos esto, queremos capacitación para trabajar, pero lo que pasa es que el Estado es nuestro proxeneta.
Sonia invitaba a debatir a señoras y señores, a vendedores ambulantes y mujeres en estado de prostitución. A todos les entregaba sus folletos y les ofrecía un mini-tour por la muestra.
-¿Aquí dan alimentos? -preguntó un hombre que apenas modulaba.
- No, esto es una muestra de arte donde debatiremos el Código Contravencional.- respondió Sonia, desafiando con su vozarrón a los ronquidos de los caños de escape de los colectivos.
Un vendedor de tortas fritas, una mujer apurada, una pareja melosa de adolescentes, un grandulón que saboreaba un chupetín, todos pispiaron de qué se trataba hasta que se les arrimó Sonia. Ahí comenzaron la rauda huída. Pero ella fue implacable:
-Te invito a que mires esta realidad que por lo visto no quieres mirar- los intimaba.
El aroma a pancho inundaba la escena y algunos sucumbieron ante la tentación. Un semicírculo de tres decenas de personas se había armado en torno a las camas. Por el medio, seguía desfilando gente.
-Ey, chicos, vengan- gritó Sonia a un tres pibes cartoneros-. Vengan a conocer sus derechos, acá hay un abogado que se los va a explicar. Cuando salen a cartonear, ¿los molesta la policía?
-Y... a veces sí -contestó el mayor de los pibes, mientras se restregaba sus manos callosas-. Nos piden una credencial, si no la tenemos no nos dejan pasar para el lado del Centro. Nos revisan, nos tratan mal. A mi hermano lo llevaron porque cartoneaba nomás.
Gerardo Fernández, el abogado del CELS, les explicaba que lo que ellos hacen no es delito. Algo incrédulo, el chico preguntó tres veces por qué entonces lo detienen. Lo escuchaban también un portero del Instituto Nacional de Arte (IUNA) y un integrante del Ejército de Salvación que pasaban circunstancialmente por ahí y se quedaron prendados de la charla.
Una mujer en estado de prostitución, madre de nueves hijos, se acercó a escuchar. Los chicos la rodeaban mientras ella comentaba su preocupación por la violencia a la que estaban expuestas: compañeras golpeadas, una travesti muerta, otra desfigurada. "Dame material para llevarles a mis compañeras. Somos una bocha de mujeres que no sabemos qué hacer ni para dónde correr cuando nos pasa algo. Nos dicen que hagamos la denuncia, pero ¿a vos te parece que podemos ir a una comisaría?".
Un adolescente se quedó tieso mientras Sonia lo interpelaba: "Te dejé pensando", le dijo ella mientras golpeaba su lapicera el hombro de su interlocutor. Otro joven se acercó tímidamente a pedir un poster de la muestra. Agradeció cuando se lo regalaron y se fue dejando una frase en el aire:
-Todos nacemos de una mujer.
Llegó enseguida el momento de los discursos. La primera en hablar fue Margarita Meira, una de las 14 personas que el próximo 3 de octubre será sentada en el banquillo de los acusados en el juicio oral y público que se les sigue por los incidentes ocurridos frente a la Legislatura porteña mientras se aprobaba el controvertido Código Contravencional.
-El gobierno quiere cambiar una caja con unos pocos alimentos por el trabajo que tuvimos que aprender los vendedores ambulantes. Este código merece llamarse Penal, porque penaliza a los cartoneros, a las mujeres en estado de prostitución, a todos los pobres. Yo estuve 14 meses presa por defender a los vendedores ambulantes - proclamó Meira, que además cuenta con un comedor popular para niños a pocas cuadras de la Plaza Constitución..
Después fue el turno de Fernández, quien aseguró que el Estado descargó toda su furia contra quienes estuvieron ejerciendo su derecho a protestar:
-Este Código es inconstitucional. Atenta contra derechos inalienables. Por ejemplo, se mete con a conducta privada de los seres humanos que no afectan a terceros. Y los que son victimizados son los sectores más vulnerables de la ciudad. Se criminaliza a los que menos tienen.
No bien Fernández dejó el micrófono, la muestra comenzó a desmontarse. Pero fue en ese momento, cuando llegaron ululantes los patrulleros y decidieron dar una clase práctica, invocando el mentado Código Contravencional, decomisando el puestito de golosinas y deteniendo a Caraza.
Margarita Meira, durante el acto y antes del atropello
Notas relacionadas
El video de las confiscaciones
Primero fue el debate teórico y enseguida, la demostración práctica. En el mismo momento en que la vendedora ambulante Margarita Meira -una de las 15 personas que estuvieron presas durante 14 meses por protestar contra el Código Contravencional-, terminaba de hablar en un actividad de repudio a esa norma, tres patrulleros se detuvieron frente a su puesto de turrones, alfajores y caramelos para decomisar toda la mercadería y llevar detenido a otro vendedor ambulante, Pedro Caraza. La encargada de dar vía libre al procedimiento fue la fiscal contravencional María Valeria Massaglia, quién también ordenó la detención de Caraza y el decomiso de la mercadería. Medidas, todas, dictadas sin ver lo que pasaba: la fiscal estaba en un teléfono celular desde el cual respondió a lavaca:
-Yo no tengo por qué dar ningún tipo de explicaciones.
En tanto, una docena de agentes desparramaba la mercadería de Meira y sin realizar ningún tipo de inventario ("la fiscal nos autorizó a no hacerlo", adujeron los agentes) la colocaba en bolsas que aplastaron en el baúl del patrullero. Fue el único procedimiento realizado ese día, a una hora desacostumbrada -eran casi las seis de la tarde- y en un momento que dejó un mensaje en el aire: Meira fue la única vendedora ambulante que había hablado en el acto organizado por Ammar Capital contra el Código Contravencional y en esa plaza.
Cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, Meira recorrió a la velocidad de la luz los 30 metros que separaban a su puestito de golosinas del lugar donde se desarrollaba el acto, en el medio de la Plaza Constitución. Una docena de policías, algunos de civil y otros de uniforme, rodearon rápidamente a la mujer y comenzaron a llevarse un tablón, los caballetes sobre los que se asentaba el improvisado kiosco y una cantidad de golosinas que entraban en un bolso rojo que no superaba al medio metro de altura.
-¿Tiene la habilitación? - preguntaba con arrogancia un oficial mientras blandía un acta contravencional a medio llenar.
Meira intentaba explicarle que las autoridades porteñas se habían comprometido a restituírsela cuando salió del penal de Ezeiza, pero que aún no le habían entregado la credencial. El oficial sólo respondía con la misma pregunta:
-¿Tiene habilitación?
Mientras tanto, Coraza -que había dejado su mercadería en el puesto de Margarita- imploraba que los dejaran ganarse el sustento:
- Queremos trabajar para comer. Vendía facturas y me dijeron que no podía. Ahora vendo alfajores y tampoco. ¿Qué tengo que hacer para vivir? ¿Quieren que salga a robar? ¿A vos te parece que puedo mantener cinco pibes con esto?
Apenas cinco minutos antes, Gerardo Fernández -abogado del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)- había explicado que el Código Contravencional criminaliza a la pobreza y que fue diseñado lleno de trampas. Había puesto como ejemplo, precisamente, a los vendedores ambulantes: "La norma dice que no está penada la venta callejera si es para la subsistencia. ¿Pero quién fija cuánto es la subsistencia? ¿Son diez caramelos? ¿Son 15 ó 400? Eso es subjetivo y lo termina fijando la policía. En realidad, el Código está pensado para preservar la caja chica de las comisarías, para que haya que pagar coimas. Por eso Constitución y Flores, dos zonas de muchos vendedores ambulantes y mujeres en estado de prostitución, son muy requeridas en la fuerza".
El agente que agitaba el acta ya tenía en sus manos dos documentos de identidad, pertenecían a personas que esperaban en la parada del colectivo y que habían sido elegidas como testigos. Caraza los miraba profundo y los interpelaba:
-Ustedes son obreros, laburantes como yo, no pueden declarar en contra mío.
Los testigos respondían en silencio. Parecían comprender la situación, aunque sucumbían al temor que imponía la policía. Mientras tanto, el subcomisario Florio, a cargo del operativo, comenzó a amenazar a Caraza:
- Si no se identifica lo voy a remitir a la fiscalía- atizaba el subcomisario.
El lugar comenzó a poblarse de periodistas que habían cubierto la muestra itinerante Ninguna Mujer Nace para Puta, montada esa tarde en Plaza Constitución para debatir el controvertido Código Contravencional. También se acercaron integrantes de distintas organizaciones sociales, curiosos y transeúntes. Con una pequeña cámara digital, un policía de civil le sacaba fotos a todos los participantes del encuentro. Su impunidad era tan grande, que no cesaba de obturar la cámara a pesar de haber sido interpelado por las organizadoras de la muestra. El fotógrafo policial -pelo engominado, campera y pantalón negro ceñidos al cuerpo- se llevó retratos de todos y cada uno, aunque no registró el operativo. De pronto, un señor sesentón, de traje y bigote muy prolijo, se salió de la parada del colectivo para increpar al subcomisario Florio:
-¿Por qué no van a buscar a los chorros, a los carteristas que afanan todo el día acá? Deje tranquila a esta gente que lo único que quiere es trabajar.
-No lo hacen porque esos los coimean - respondió Meira .
La respuesta del subcomisario fue una seña a un agente quien, inmediatamente, dobló el brazo de Caraza y lo metió a la fuerza dentro de uno de los patrulleros.
Cristian, el hijo adolescente del vendedor detenido, corrió al móvil policial para intentar proteger a su padre. Pero otro policía, alto, canoso y con los ojos desorbitados lo amenazó:
-Ándate de acá porque te voy a agarrar...Pensar que te tendría que haber levantado tantas veces y te salvé la cabeza. Pero ya te voy a dar...- le repitió una, dos, tres veces.
Si bien la Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos (AMMAR-Capital) había convocado a una jornada para debatir "las putas que parió este Código Contravencional" en la Plaza Constitución, la situación se convirtió en una clase espontánea sobre cómo funciona esa norma diseñada -según subrayó el abogado del CELS- para criminalizar la pobreza.
La jornada había comenzado con una imagen curiosa: un grupo de mujeres tendiendo dos camas a cielo abierto, de frente a un estático Juan José Castelli que con su mirada de bronce supervisaba todo desde un enorme pedestal. En las cabeceras, las almohadas interpelaban con leyendas provocativas: "Zona roja: territorio de explotación sexual delimitado por la corrupción policial", decía una. "Cliente: persona que paga por sexo y goza de impunidad social", definía otra. "¿Cuánto sin forro?", preguntaba una tercera. Las colchas, a su vez, denunciaban muertes, proxenetas y explotadores de distinta laya.
A los pies de las camas se levantaba una pirámide de cajas de cartón, las mismas que reparte el Gobierno de la Ciudad de Buenos de Aires como ayuda alimentaria para carenciados. En sus recovecos asomaba una botella de aceite, un paquete de arroz, otro de fideos, una caja de puré de tomate y un paquete de galletitas, todo sazonado con preservativos. Sonia Sánchez, integrante de AMMAR, daba vueltas alrededor de esa especie de Keops de la pobreza. Y, de repente, encaraba a algún transeúnte:
- Hermana, nosotros no queremos ser putas, pero el Estado te sostiene para que lo seas. Nos da diez forros por semana y una de estas cajas por mes para que lo sigamos siendo. Nosotros no queremos esto, queremos capacitación para trabajar, pero lo que pasa es que el Estado es nuestro proxeneta.
Sonia invitaba a debatir a señoras y señores, a vendedores ambulantes y mujeres en estado de prostitución. A todos les entregaba sus folletos y les ofrecía un mini-tour por la muestra.
-¿Aquí dan alimentos? -preguntó un hombre que apenas modulaba.
- No, esto es una muestra de arte donde debatiremos el Código Contravencional.- respondió Sonia, desafiando con su vozarrón a los ronquidos de los caños de escape de los colectivos.
Un vendedor de tortas fritas, una mujer apurada, una pareja melosa de adolescentes, un grandulón que saboreaba un chupetín, todos pispiaron de qué se trataba hasta que se les arrimó Sonia. Ahí comenzaron la rauda huída. Pero ella fue implacable:
-Te invito a que mires esta realidad que por lo visto no quieres mirar- los intimaba.
El aroma a pancho inundaba la escena y algunos sucumbieron ante la tentación. Un semicírculo de tres decenas de personas se había armado en torno a las camas. Por el medio, seguía desfilando gente.
-Ey, chicos, vengan- gritó Sonia a un tres pibes cartoneros-. Vengan a conocer sus derechos, acá hay un abogado que se los va a explicar. Cuando salen a cartonear, ¿los molesta la policía?
-Y... a veces sí -contestó el mayor de los pibes, mientras se restregaba sus manos callosas-. Nos piden una credencial, si no la tenemos no nos dejan pasar para el lado del Centro. Nos revisan, nos tratan mal. A mi hermano lo llevaron porque cartoneaba nomás.
Gerardo Fernández, el abogado del CELS, les explicaba que lo que ellos hacen no es delito. Algo incrédulo, el chico preguntó tres veces por qué entonces lo detienen. Lo escuchaban también un portero del Instituto Nacional de Arte (IUNA) y un integrante del Ejército de Salvación que pasaban circunstancialmente por ahí y se quedaron prendados de la charla.
Una mujer en estado de prostitución, madre de nueves hijos, se acercó a escuchar. Los chicos la rodeaban mientras ella comentaba su preocupación por la violencia a la que estaban expuestas: compañeras golpeadas, una travesti muerta, otra desfigurada. "Dame material para llevarles a mis compañeras. Somos una bocha de mujeres que no sabemos qué hacer ni para dónde correr cuando nos pasa algo. Nos dicen que hagamos la denuncia, pero ¿a vos te parece que podemos ir a una comisaría?".
Un adolescente se quedó tieso mientras Sonia lo interpelaba: "Te dejé pensando", le dijo ella mientras golpeaba su lapicera el hombro de su interlocutor. Otro joven se acercó tímidamente a pedir un poster de la muestra. Agradeció cuando se lo regalaron y se fue dejando una frase en el aire:
-Todos nacemos de una mujer.
Llegó enseguida el momento de los discursos. La primera en hablar fue Margarita Meira, una de las 14 personas que el próximo 3 de octubre será sentada en el banquillo de los acusados en el juicio oral y público que se les sigue por los incidentes ocurridos frente a la Legislatura porteña mientras se aprobaba el controvertido Código Contravencional.
-El gobierno quiere cambiar una caja con unos pocos alimentos por el trabajo que tuvimos que aprender los vendedores ambulantes. Este código merece llamarse Penal, porque penaliza a los cartoneros, a las mujeres en estado de prostitución, a todos los pobres. Yo estuve 14 meses presa por defender a los vendedores ambulantes - proclamó Meira, que además cuenta con un comedor popular para niños a pocas cuadras de la Plaza Constitución..
Después fue el turno de Fernández, quien aseguró que el Estado descargó toda su furia contra quienes estuvieron ejerciendo su derecho a protestar:
-Este Código es inconstitucional. Atenta contra derechos inalienables. Por ejemplo, se mete con a conducta privada de los seres humanos que no afectan a terceros. Y los que son victimizados son los sectores más vulnerables de la ciudad. Se criminaliza a los que menos tienen.
No bien Fernández dejó el micrófono, la muestra comenzó a desmontarse. Pero fue en ese momento, cuando llegaron ululantes los patrulleros y decidieron dar una clase práctica, invocando el mentado Código Contravencional, decomisando el puestito de golosinas y deteniendo a Caraza.
@DIN, 17 de julio de 2006 -Varios campesinos e indigenas quedaron heridos durante un ataque de la Policia hoy en Capiibary. Este lunes en Capiibary, departamento de San Pedro, en el marco de una jornada de protesta que implementaron contra el gobierno del presidente Nicanor Duarte Frutos, fueron atacados bárbaramente, según informaron organizaciones de Derechos Humanos.Luis Aguayo, de la MCNOC, denunció la acción desmedida perpetrada por los agentes del orden en contra de los campesinos y de los nativos que exigen que sus derechos sean respetados por el Poder Ejecutivo.Aguayo señaló que al menos cuatro de los manifestantes quedaron malheridos debido a la golpiza que recibieron de parte de los uniformados.Añadió el dirigente campesino que la medida de fuerza sigue con normalidad en las zonas de Itapúa, Caaguazú, Guairá, Misines y Canindeyú, entre otros.
Movilización
La Mesa Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas (MCNOC) anunciaron había retomado hoy las movilizaciones iniciadas la semana pasada ?en cerca de 10 puntos del país? reclamando tierras, créditos y el pago del subsidio algodonero."Si no hay respuestas positivas (del Gobierno) vamos a extremar nuestras medidas de fuerza. Por eso ese día llegarán más compañeros para apoyarnos. Este gobierno no nos va a hacer correr. Mientras buscamos mejorar nuestras condiciones de vida y de los compatriotas ellos ofrecen garrotes?, indicó, Severiano Ojeda, dirigente de Capiibary, departamento de San Pedro.En esta zona, los labriegos ocuparon los inmuebles que figuran a nombre Peter Kennedy y Aníbal Valdemir, respectivamente, lo que produjo la represión de la Policía Nacional y cascos azules. Las protestas de la MCNOC se iniciaron el martes pasado, con cierres de rutas, marchas y ocupaciones. El principal reclamo de la organización es la compra de tierra para unas 3 mil familias, y ayuda crediticia para 30 mil productores.
Comunicado(Enviado por el MCNOC)
Barbara y criminal represión hoy a las 11:30 en Capiibary a los compañeros y compañeras que se manifestaban esta mañana, hiriendo gravemente a cinco compañeros/as, que se encuentran actualmente en Urgencias del hospital de Capiibary.
Nombre de heridos en Capiibary 17/07/06
1. Angélica Gonzáles (Indígena)*2. Elisa Cano (Indígena)*3. Celestino Sánchez*4. Ricardo Fernández*5. Mari Rodriguez *
* En Urgencias en el Hospital de Capiibary
Nombre de los detenidos en desalojos 11/07/06 y remitidos en la Penitenciaria de Coronel Oviedo departamento de Caaguazú.
1. Victoriano Benitez, 35 años.2. Mauricio Giménez Paredes 52 años.3. Delio Espíndola Pereira 20 años.4. Reinaldo Martínez Alfonso 40 años. 5. Nelson Guzmán Fretes 28 años. 6. Juan Flecha Romero 43 años.7. Juan Mercado Draquefor (herido) 8. Pedro Vargas Basan (herido)
Bombas sobre el Libano: Queda claro que el objetivo de la venganza israelí es acabar con la ciudad
Por Robert Fisk The Independent
Beirut, 18 de julio. El año 551, la esplendorosa y rica ciudad de Bertius, cuartel de la flota imperial romana en el oriente del Mediterráneo, fue sacudida por un tremendo terremoto. El mar se replegó varios kilómetros y los sobrevivientes, antepasados de los libaneses actuales, caminaron sobre la arena para saquear barcos mercantes hundidos desde hacía tiempo, que ahora se revelaban a sus ojos. Y entonces, un muro acuático más alto que un tsunami regresó para sepultar la ciudad y matar a casi todos. Tan terrible daño sufrió la antigua Beirut, que el emperador Justiniano envió oro de Constantinopla en compensación para cada familia que quedó
Algunas ciudades parecen sufrir una condena eterna. Cuando los cruzados llegaron a Beirut de camino a Jerusalén, en el siglo XI, dieron muerte a todo hombre, mujer y niño en la ciudad. En la Primera Guerra Mundial, la Beirut otomana padeció una hambruna terrible; el ejército turco había decomisado todo el grano y las potencias aliadas tenían bloqueada la costa. Aún poseo algunas viejas postales que compré aquí hace 30 años, de niños flacos como varas, parados frente a un orfanato, desnudos y abandonados.
Una estadunidense que vivía aquí en 1916 describió cómo "pasaba al lado de mujeres y niños que yacían a la vera del camino con los ojos cerrados y rostros de palidez fantasmal. Era común encontrar gente rebuscando en la basura cáscaras de naranja, viejos huesos y otros desperdicios que devoraba con fruición al encontrarlos. Por todos lados se veían mujeres buscando hierbas comestibles entre el pasto de los campos..."
¿Cómo le pasa esto a Beirut? Durante 30 años he observado a este lugar perecer, levantarse de la tumba y volver a morir, con sus edificios de departamentos tan salpicados de agujeros de bala que parecen de encaje, y sus moradores matándose entre sí.
Viví aquí 15 años de una guerra civil que cobró 150 mil vidas, así como dos invasiones y años de bombardeos por parte de Israel que costaron la vida a otros 20 mil de sus habitantes. Los he visto sin brazos, sin piernas, acuchillados, bombardeados y salpicados sobre los muros de las casas. Y sin embargo son personas excelentes, educadas, cuya generosidad asombra a todo extranjero, cuya gentileza avergüenza a cualquier occidental, y cuyo sufrimiento casi siempre hemos olvidado.
Los pobladores de Beirut son parecidos a nosotros los europeos. Tienen la piel clara y hablan bellamente el inglés y el francés. Viajan por el mundo; sus mujeres son glamorosas, y su comida, exquisita. Pero, ¿qué decimos de su destino este día, cuando los israelíes -en algunos de sus ataques más crueles a esta ciudad y al campo circundante- los arrancan de sus hogares, les lanzan bombas cuando van cruzando puentes sobre ríos, les cortan el suministro de comida y electricidad? Decimos que ellos comenzaron esta guerra, y comparamos sus espantosas bajas -en total 240 en todo Líbano hasta la noche de este martes- con los 24 muertos en Israel, como si las cifras fueran iguales.
Y luego, lo más vergonzoso: los abandonamos a su destino como si fueran un pueblo infectado y empleamos el tiempo en desalojar a nuestros preciosos extranjeros mientras fruncimos un poquito el ceño ante la "desproporcionada" respuesta de Israel a la captura de sus soldados por Hezbollah.
Este martes caminé por el desierto centro de Beirut y me recordó más que nunca un gran estudio cinematográfico, un lugar de sueños demasiado hermosos para durar, un fénix resurgido de las cenizas de una guerra civil con plumaje tan refulgente que cegó a su propio pueblo. Esta parte de la ciudad -alguna vez una Dresde en ruinas- fue reconstruida por Rafiq Hariri, el primer ministro asesinado apenas a kilómetro y medio de allí, el 14 de febrero del año pasado.
La devastación de aquel estallido de bomba -terrible precursor de la guerra actual, en la cual el legado de Hariri es objeto del vandalismo israelí- aún se ve al lado del Mediterráneo, en espera de que el último investigador de la ONU busque pistas del asesinato... un investigador que hace mucho abandonó esta ciudad sitiada para refugiarse en Chipre.
En el vacío restaurante Etoile -los mejores mariscos y el mejor capuchino de Beirut, donde Hariri alguna vez invitó a comer a Jacques Chirac-, me senté en la banqueta y observé a la guardia parlamentaria patrullando aún la fachada del emporio de construcción francesa que alberga lo que queda de la democracia en Líbano. Muchas de estas calles fueron construidas por parisienses en tiempos del mandato francés y han sido restauradas con gusto exquisito, engalanando sus umbrales de imitación árabe con columnas romanas cavadas de la antigua Vía Máxima, que se yergue a unos metros.
Hariri amaba este lugar y cierto día, al invitarle una cerveza a Chirac, vio que estaba yo sentado a una mesa. "¡Ah, Robert, ven acá!" rugió, y luego se volvió hacia Chirac como un gato a punto de engullirse un canario. "Quiero presentarte, Jacques, al reportero que dijo que yo no podría reconstruir Beirut."
Y ahora están volviendo a destruirla. El Aeropuerto Internacional Mártir Rafiq Hariri ha sido atacado tres veces por los israelíes; sus relucientes pasillos y tiendas de lujo vibran cuando los misiles se estrellan en las pistas y las estaciones de recarga de combustible. El espléndido viaducto trasnacional de Hariri ha sido derruido por los bombarderos. La mayoría de los puentes de su autopista han sido arrasados. El faro de estilo romano fue derribado por un misil lanzado desde un helicóptero Apache. Sólo esta pequeña gema de restaurante en el centro de la ciudad se ha salvado. Hasta ahora.
Son los barrios pobres de Haret Hreik, Gobeiri y Shiya los que han sido reducidos a escombros, enviando a un cuarto de millón de musulmanes chiítas a buscar refugio en escuelas y parques abandonados en toda la ciudad. Allí, cierto, estaba el cuartel de Hezbollah, otro de esos "centros del terror mundial" que Occidente sigue descubriendo en tierras musulmanas. Allí vivían Sayed Hassan Nasrallah, líder del Partido de Dios, hombre despiadado, cáustico y calculador, y Sayad Mohamed Fadlallah, uno de los clérigos más sabios y elocuentes, así como muchos de los principales planeadores militares de Hezbollah, entre ellos, sin duda, los que prepararon durante muchos meses la captura de los dos soldados israelíes el miércoles pasado.
Pero ¿acaso las decenas de miles de pobres que viven aquí merecían este castigo en masa? Tratándose de un país que presume de su precisión milimétrica -noción dudosa en cualquier caso, pero no se trata de eso ahora-, ¿qué nos dice de Israel este acto de destrucción? ¿O de nosotros mismos? En un edificio moderno de la zona hasta hoy indemne de Beirut, me topo por casualidad con una prominente figura de Hezbollah, de camisa blanca sin corbata, traje oscuro y zapatos impecables. "Si es necesario continuaremos durante días, semanas, meses o...", y lleva esas espantosas estadísticas con los dedos de la mano izquierda. "Créame, tenemos sorpresas aún más grandes para los israelíes, mucho más grandes, ya lo verá. Luego nos darán a nuestros prisioneros y sólo harán falta unas cuantas pequeñas concesiones."
Al salir, siento como si me hubieran golpeado en la cabeza. En el muro de enfrente hay una buganvillia morada, un jazmín blanco y un mazo de gardenias. Los libaneses aman las flores, su color y aroma, y Beirut está tapizada de árboles y arbustos que huelen a paraíso.
En cuanto a las masas apretujadas que han huido de los escombros de los barrios pobres de Haret Hreik, en el sur, este martes encontré cientos de personas sentadas bajo los árboles o tendidas en la hierba rala detrás de una antigua fuente donada a la ciudad por el sultán otomano Abdul-Hamid. Cómo caen los imperios.
Muy lejos, sobre el Mediterráneo, se pueden ver dos helicópteros estadunidenses salidos del barco de combate Iwo Jima, que cruzan entre la bruma y el humo hacia el complejo fortificado de su embajada en Akwar, para evacuar más ciudadanos del Imperio estadunidense. Un imperio del que no salió una sola palabra para ayudar a los pobladores acostados en el parque, para ofrecerles comida o auxilio médico.
Y sobre todos ellos se extiende un humo gris oscuro que va cubriendo la ciudad entera, a medida que los incendios de las terminales petroleras y los edificios se transforman en un coctel de aire sulfuroso que se infiltra bajo nuestras puertas y a través de nuestras ventanas. Lo huelo al despertar por las mañanas. La mitad de la gente de Beirut tose en esta suciedad, respirando su propia destrucción mientras contempla a sus muertos.
La rabia que cualquier alma humana debe sentir ante tal sufrimiento y privación fue bien expresada por el más grande poeta libanés, el místico Jalil Gibrán, al escribir sobre el medio millón de sus compatriotas que perecieron en la hambruna de 1916, la mayoría residentes de Beirut:
Mi pueblo murió de hambre, y quien no murió de hambre fue asesinado con la espada. Murieron de hambre En una tierra rica en leche y miel. Murieron porque las víboras Y los hijos de las víboras escupieron veneno en el espacio donde los Cedros Sagrados y las rosas y los jazmines rezuman su fragancia.
Y la espada sigue abriéndose paso a través de Beirut. Cuando parte de un avión -tal vez la punta del ala de un F-16 alcanzado por un misil, aunque los israelíes lo niegan- descendió como rayo sobre los suburbios del este, el fin de semana, corrí al lugar del impacto y encontré un conductor parcialmente decapitado en su auto y tres soldados de una unidad de logística del ejército libanés. Estos son los curtidos y valientes soldados no combatientes de Kfar Chim, que en estos seis días han estado reparando ductos de agua potable y electricidad para mantener a Beirut con vida.
Uno de ellos me reconoció. "¡Hola, Robert! Apúrese porque creo que los israelíes van a volver a bombardear, pero le enseñaremos todo lo que podamos." Y me hicieron cruzar las llamas para mostrarme lo que podían de la devastación, rodeándome para protegerme.
Y unas horas después, en efecto, los israelíes volvieron, cuando los hombres de la pequeña unidad logística se habían ido a dormir. Bombardearon el cuartel y mataron a 11 soldados, entre ellos aquellos tres hombres nobles que me cuidaron entre las llamas en Kfar Chim.
¿Y por qué? No lo duden: los israelíes sabían lo que atacaban. Por eso mataron a nueve soldados cerca de Trípoli cuando bombardearon las antenas de la radio militar. Pero, ¿una unidad de logística? ¿Hombres cuyo único trabajo era reparar ductos de electricidad?
Y de pronto me doy cuenta. Beirut debe morir. Debe ser privada de electricidad ahora que la estación de energía en Jiyeh está en llamas. A nadie se le permitirá mantener con vida esta ciudad. Por eso había que liquidar a esos pobres hombres.
Los beirutíes son gente correosa, que no huye con facilidad. Pero al final de la semana pasada muchos quedaron agobiados al ver en sus periódicos la foto de una niña, descartada como una flor marchita, en un campo cercano a Ter Harfa, con los pies apoyados en los talones, la mano exangüe sobre el roto piyama azul, y los ojos -bajo el largo cabello- cerrados, vueltos hacia el lado opuesto de la cámara. Había sido otro blanco "terrorista" de Israel, y varias personas, yo entre ellas, vimos una aterradora similitud entre esa imagen y la fotografía de una niña polaca que yacía muerta en un campo junto a su hermana, que lloraba, en 1939.
Me dirijo a casa y hurgo en mis archivos, en busca de fotos de la invasión israelí de 1982. Hay más imágenes de niños muertos, de puentes destrozados. "Los israelíes amenazan con invadir Beirut", proclama un titular. "Represalia israelí." "Líbano en guerra." "Beirut, bajo sitio." "Masacre en Sabra y Chatila."
Sí, con qué facilidad olvidamos aquellas matanzas. Hasta mil 700 palestinos fueron masacrados en Sabra y Chatila por milicianos cristianos aliados de Tel Aviv mientras soldados israelíes -según atestiguaron ellos mismos ante un tribunal inquisidor de su país- observaban la matanza. Dejé de contar los cadáveres cuando llegaron a 100. Muchas de las mujeres habían sido violadas antes de pasarlas a cuchillo o rematarlas a tiros.
Sin embargo, la semana pasada, cuando me alejaba del sitio del bombardeo en Ghobeiri con mi chofer, Abed, pasamos por la entrada de ese campamento, en el preciso lugar donde vi a los primeros palestinos asesinados. Y no pensamos en ellos. No nos acordamos de ellos. Había muertos en Beirut y tratábamos de conservarnos con vida en la ciudad, como lo he hecho durante 30 años.
Cuando vuelvo a la costa suena mi teléfono celular. Es una mujer israelí que llama desde Estados Unidos, autora de una excelente novela sobre los palestinos. "Robert, por favor cuídate", dice. "Me siento terrible por lo que les hacen a los libaneses. Es imperdonable. Ruego a Dios por los libaneses, y por los palestinos, y por los israelíes."
Le agradezco su consideración y la forma graciosa y generosa en que condena esta matanza. Luego, en mi balcón -una mirada para verificar la ubicación de la lancha de guerra israelí, muy lejos entre el esmog marino-, encuentro recortes más antiguos. Este es de un periódico inglés de 1840, cuando Beirut era una gran ciudad otomana: "Beyrouth -dice-. La anarquía está hoy a la orden del día, nuestra seguridad personal y nuestros bienes están en peligro, no se puede obtener satisfacción, y se cometen crímenes con impunidad. Varios europeos han abandonado sus casas y suspendido sus asuntos, con el fin de encontrar protección en países más pacíficos".
Recuerdo que en la pared del comedor tengo una litografía pintada a mano de soldados franceses a su llegada a Beirut, en 1842, para proteger a los cristianos maronitas de los drusos. Acampan en el Jardin des Pins, que más tarde albergó la embajada francesa, donde hace apenas unas horas vi a hombres y mujeres franceses registrándose para la evacuación. Y, fuera de la ventana, escucho de nuevo el susurro de los jets israelíes, ocultos bajo el humo que ya se adentra 30 kilómetros en el mar.
Fairouz, la más popular de las cantantes libanesas, iba a presentarse este año en el festival Baalbek, hoy cancelado como todos los festivales de música, danza, teatro y pintura en la capital. Una de sus canciones más populares está dedicada a su ciudad natal:
A Beirut, paz a Beirut con todo mi corazón. Y besos, al mar y a las nubes, a esta roca de ciudad que parece la cara de un viejo marinero. Del alma de su pueblo hace vino; con su sudor elabora pan y jazmín. Y entonces, ¿por qué hoy sabe a humo y fuego?
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya - fuente: Izquierda.info-
En Constitución
Clase práctica sobre el Código Contravencional
-lavaca.org-
La muestra Ninguna mujer nace para puta, organizada por Ammar Capital, se instaló el viernes en la Plaza Constitución con sus camas, cajas y propuestas de debate. Margarita Meira, una de las 15 personas que estuvo 14 meses presa y el próximo 3 de octubre deberá sentarse en el banquillo de los acusados por protestar con el Código Contravencional- fue una de las oradoras. Cuando terminó el acto, tres patrulleros avanzaron contra su puestito de golosinas, lo confiscaron y detuvieron a un vendedor ambulante que intentó defenderla del atropello. El procedimiento, que estuvo sazonado con amenazas y fotos que tomó la policía de todos los presentes, fue ordenado por la fiscal María Valeria Massaglia.
Primero fue el debate teórico y enseguida, la demostración práctica. En el mismo momento en que la vendedora ambulante Margarita Meira -una de las 15 personas que estuvieron presas durante 14 meses por protestar contra el Código Contravencional-, terminaba de hablar en un actividad de repudio a esa norma, tres patrulleros se detuvieron frente a su puesto de turrones, alfajores y caramelos para decomisar toda la mercadería y llevar detenido a otro vendedor ambulante, Pedro Caraza. La encargada de dar vía libre al procedimiento fue la fiscal contravencional María Valeria Massaglia, quién también ordenó la detención de Caraza y el decomiso de la mercadería. Medidas, todas, dictadas sin ver lo que pasaba: la fiscal estaba en un teléfono celular desde el cual respondió a lavaca:
-Yo no tengo por qué dar ningún tipo de explicaciones.
En tanto, una docena de agentes desparramaba la mercadería de Meira y sin realizar ningún tipo de inventario ("la fiscal nos autorizó a no hacerlo", adujeron los agentes) la colocaba en bolsas que aplastaron en el baúl del patrullero. Fue el único procedimiento realizado ese día, a una hora desacostumbrada -eran casi las seis de la tarde- y en un momento que dejó un mensaje en el aire: Meira fue la única vendedora ambulante que había hablado en el acto organizado por Ammar Capital contra el Código Contravencional y en esa plaza.
Cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, Meira recorrió a la velocidad de la luz los 30 metros que separaban a su puestito de golosinas del lugar donde se desarrollaba el acto, en el medio de la Plaza Constitución. Una docena de policías, algunos de civil y otros de uniforme, rodearon rápidamente a la mujer y comenzaron a llevarse un tablón, los caballetes sobre los que se asentaba el improvisado kiosco y una cantidad de golosinas que entraban en un bolso rojo que no superaba al medio metro de altura.
-¿Tiene la habilitación? - preguntaba con arrogancia un oficial mientras blandía un acta contravencional a medio llenar.
Meira intentaba explicarle que las autoridades porteñas se habían comprometido a restituírsela cuando salió del penal de Ezeiza, pero que aún no le habían entregado la credencial. El oficial sólo respondía con la misma pregunta:
-¿Tiene habilitación?
Mientras tanto, Coraza -que había dejado su mercadería en el puesto de Margarita- imploraba que los dejaran ganarse el sustento:
- Queremos trabajar para comer. Vendía facturas y me dijeron que no podía. Ahora vendo alfajores y tampoco. ¿Qué tengo que hacer para vivir? ¿Quieren que salga a robar? ¿A vos te parece que puedo mantener cinco pibes con esto?
Apenas cinco minutos antes, Gerardo Fernández -abogado del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)- había explicado que el Código Contravencional criminaliza a la pobreza y que fue diseñado lleno de trampas. Había puesto como ejemplo, precisamente, a los vendedores ambulantes: "La norma dice que no está penada la venta callejera si es para la subsistencia. ¿Pero quién fija cuánto es la subsistencia? ¿Son diez caramelos? ¿Son 15 ó 400? Eso es subjetivo y lo termina fijando la policía. En realidad, el Código está pensado para preservar la caja chica de las comisarías, para que haya que pagar coimas. Por eso Constitución y Flores, dos zonas de muchos vendedores ambulantes y mujeres en estado de prostitución, son muy requeridas en la fuerza".
El agente que agitaba el acta ya tenía en sus manos dos documentos de identidad, pertenecían a personas que esperaban en la parada del colectivo y que habían sido elegidas como testigos. Caraza los miraba profundo y los interpelaba:
-Ustedes son obreros, laburantes como yo, no pueden declarar en contra mío.
Los testigos respondían en silencio. Parecían comprender la situación, aunque sucumbían al temor que imponía la policía. Mientras tanto, el subcomisario Florio, a cargo del operativo, comenzó a amenazar a Caraza:
- Si no se identifica lo voy a remitir a la fiscalía- atizaba el subcomisario.
El lugar comenzó a poblarse de periodistas que habían cubierto la muestra itinerante Ninguna Mujer Nace para Puta, montada esa tarde en Plaza Constitución para debatir el controvertido Código Contravencional. También se acercaron integrantes de distintas organizaciones sociales, curiosos y transeúntes. Con una pequeña cámara digital, un policía de civil le sacaba fotos a todos los participantes del encuentro. Su impunidad era tan grande, que no cesaba de obturar la cámara a pesar de haber sido interpelado por las organizadoras de la muestra. El fotógrafo policial -pelo engominado, campera y pantalón negro ceñidos al cuerpo- se llevó retratos de todos y cada uno, aunque no registró el operativo. De pronto, un señor sesentón, de traje y bigote muy prolijo, se salió de la parada del colectivo para increpar al subcomisario Florio:
-¿Por qué no van a buscar a los chorros, a los carteristas que afanan todo el día acá? Deje tranquila a esta gente que lo único que quiere es trabajar.
-No lo hacen porque esos los coimean - respondió Meira .
La respuesta del subcomisario fue una seña a un agente quien, inmediatamente, dobló el brazo de Caraza y lo metió a la fuerza dentro de uno de los patrulleros.
Cristian, el hijo adolescente del vendedor detenido, corrió al móvil policial para intentar proteger a su padre. Pero otro policía, alto, canoso y con los ojos desorbitados lo amenazó:
-Ándate de acá porque te voy a agarrar...Pensar que te tendría que haber levantado tantas veces y te salvé la cabeza. Pero ya te voy a dar...- le repitió una, dos, tres veces.
Si bien la Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos (AMMAR-Capital) había convocado a una jornada para debatir "las putas que parió este Código Contravencional" en la Plaza Constitución, la situación se convirtió en una clase espontánea sobre cómo funciona esa norma diseñada -según subrayó el abogado del CELS- para criminalizar la pobreza.
La jornada había comenzado con una imagen curiosa: un grupo de mujeres tendiendo dos camas a cielo abierto, de frente a un estático Juan José Castelli que con su mirada de bronce supervisaba todo desde un enorme pedestal. En las cabeceras, las almohadas interpelaban con leyendas provocativas: "Zona roja: territorio de explotación sexual delimitado por la corrupción policial", decía una. "Cliente: persona que paga por sexo y goza de impunidad social", definía otra. "¿Cuánto sin forro?", preguntaba una tercera. Las colchas, a su vez, denunciaban muertes, proxenetas y explotadores de distinta laya.
A los pies de las camas se levantaba una pirámide de cajas de cartón, las mismas que reparte el Gobierno de la Ciudad de Buenos de Aires como ayuda alimentaria para carenciados. En sus recovecos asomaba una botella de aceite, un paquete de arroz, otro de fideos, una caja de puré de tomate y un paquete de galletitas, todo sazonado con preservativos. Sonia Sánchez, integrante de AMMAR, daba vueltas alrededor de esa especie de Keops de la pobreza. Y, de repente, encaraba a algún transeúnte:
- Hermana, nosotros no queremos ser putas, pero el Estado te sostiene para que lo seas. Nos da diez forros por semana y una de estas cajas por mes para que lo sigamos siendo. Nosotros no queremos esto, queremos capacitación para trabajar, pero lo que pasa es que el Estado es nuestro proxeneta.
Sonia invitaba a debatir a señoras y señores, a vendedores ambulantes y mujeres en estado de prostitución. A todos les entregaba sus folletos y les ofrecía un mini-tour por la muestra.
-¿Aquí dan alimentos? -preguntó un hombre que apenas modulaba.
- No, esto es una muestra de arte donde debatiremos el Código Contravencional.- respondió Sonia, desafiando con su vozarrón a los ronquidos de los caños de escape de los colectivos.
Un vendedor de tortas fritas, una mujer apurada, una pareja melosa de adolescentes, un grandulón que saboreaba un chupetín, todos pispiaron de qué se trataba hasta que se les arrimó Sonia. Ahí comenzaron la rauda huída. Pero ella fue implacable:
-Te invito a que mires esta realidad que por lo visto no quieres mirar- los intimaba.
El aroma a pancho inundaba la escena y algunos sucumbieron ante la tentación. Un semicírculo de tres decenas de personas se había armado en torno a las camas. Por el medio, seguía desfilando gente.
-Ey, chicos, vengan- gritó Sonia a un tres pibes cartoneros-. Vengan a conocer sus derechos, acá hay un abogado que se los va a explicar. Cuando salen a cartonear, ¿los molesta la policía?
-Y... a veces sí -contestó el mayor de los pibes, mientras se restregaba sus manos callosas-. Nos piden una credencial, si no la tenemos no nos dejan pasar para el lado del Centro. Nos revisan, nos tratan mal. A mi hermano lo llevaron porque cartoneaba nomás.
Gerardo Fernández, el abogado del CELS, les explicaba que lo que ellos hacen no es delito. Algo incrédulo, el chico preguntó tres veces por qué entonces lo detienen. Lo escuchaban también un portero del Instituto Nacional de Arte (IUNA) y un integrante del Ejército de Salvación que pasaban circunstancialmente por ahí y se quedaron prendados de la charla.
Una mujer en estado de prostitución, madre de nueves hijos, se acercó a escuchar. Los chicos la rodeaban mientras ella comentaba su preocupación por la violencia a la que estaban expuestas: compañeras golpeadas, una travesti muerta, otra desfigurada. "Dame material para llevarles a mis compañeras. Somos una bocha de mujeres que no sabemos qué hacer ni para dónde correr cuando nos pasa algo. Nos dicen que hagamos la denuncia, pero ¿a vos te parece que podemos ir a una comisaría?".
Un adolescente se quedó tieso mientras Sonia lo interpelaba: "Te dejé pensando", le dijo ella mientras golpeaba su lapicera el hombro de su interlocutor. Otro joven se acercó tímidamente a pedir un poster de la muestra. Agradeció cuando se lo regalaron y se fue dejando una frase en el aire:
-Todos nacemos de una mujer.
Llegó enseguida el momento de los discursos. La primera en hablar fue Margarita Meira, una de las 14 personas que el próximo 3 de octubre será sentada en el banquillo de los acusados en el juicio oral y público que se les sigue por los incidentes ocurridos frente a la Legislatura porteña mientras se aprobaba el controvertido Código Contravencional.
-El gobierno quiere cambiar una caja con unos pocos alimentos por el trabajo que tuvimos que aprender los vendedores ambulantes. Este código merece llamarse Penal, porque penaliza a los cartoneros, a las mujeres en estado de prostitución, a todos los pobres. Yo estuve 14 meses presa por defender a los vendedores ambulantes - proclamó Meira, que además cuenta con un comedor popular para niños a pocas cuadras de la Plaza Constitución..
Después fue el turno de Fernández, quien aseguró que el Estado descargó toda su furia contra quienes estuvieron ejerciendo su derecho a protestar:
-Este Código es inconstitucional. Atenta contra derechos inalienables. Por ejemplo, se mete con a conducta privada de los seres humanos que no afectan a terceros. Y los que son victimizados son los sectores más vulnerables de la ciudad. Se criminaliza a los que menos tienen.
No bien Fernández dejó el micrófono, la muestra comenzó a desmontarse. Pero fue en ese momento, cuando llegaron ululantes los patrulleros y decidieron dar una clase práctica, invocando el mentado Código Contravencional, decomisando el puestito de golosinas y deteniendo a Caraza.
Margarita Meira, durante el acto y antes del atropello
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El video de las confiscaciones
Primero fue el debate teórico y enseguida, la demostración práctica. En el mismo momento en que la vendedora ambulante Margarita Meira -una de las 15 personas que estuvieron presas durante 14 meses por protestar contra el Código Contravencional-, terminaba de hablar en un actividad de repudio a esa norma, tres patrulleros se detuvieron frente a su puesto de turrones, alfajores y caramelos para decomisar toda la mercadería y llevar detenido a otro vendedor ambulante, Pedro Caraza. La encargada de dar vía libre al procedimiento fue la fiscal contravencional María Valeria Massaglia, quién también ordenó la detención de Caraza y el decomiso de la mercadería. Medidas, todas, dictadas sin ver lo que pasaba: la fiscal estaba en un teléfono celular desde el cual respondió a lavaca:
-Yo no tengo por qué dar ningún tipo de explicaciones.
En tanto, una docena de agentes desparramaba la mercadería de Meira y sin realizar ningún tipo de inventario ("la fiscal nos autorizó a no hacerlo", adujeron los agentes) la colocaba en bolsas que aplastaron en el baúl del patrullero. Fue el único procedimiento realizado ese día, a una hora desacostumbrada -eran casi las seis de la tarde- y en un momento que dejó un mensaje en el aire: Meira fue la única vendedora ambulante que había hablado en el acto organizado por Ammar Capital contra el Código Contravencional y en esa plaza.
Cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, Meira recorrió a la velocidad de la luz los 30 metros que separaban a su puestito de golosinas del lugar donde se desarrollaba el acto, en el medio de la Plaza Constitución. Una docena de policías, algunos de civil y otros de uniforme, rodearon rápidamente a la mujer y comenzaron a llevarse un tablón, los caballetes sobre los que se asentaba el improvisado kiosco y una cantidad de golosinas que entraban en un bolso rojo que no superaba al medio metro de altura.
-¿Tiene la habilitación? - preguntaba con arrogancia un oficial mientras blandía un acta contravencional a medio llenar.
Meira intentaba explicarle que las autoridades porteñas se habían comprometido a restituírsela cuando salió del penal de Ezeiza, pero que aún no le habían entregado la credencial. El oficial sólo respondía con la misma pregunta:
-¿Tiene habilitación?
Mientras tanto, Coraza -que había dejado su mercadería en el puesto de Margarita- imploraba que los dejaran ganarse el sustento:
- Queremos trabajar para comer. Vendía facturas y me dijeron que no podía. Ahora vendo alfajores y tampoco. ¿Qué tengo que hacer para vivir? ¿Quieren que salga a robar? ¿A vos te parece que puedo mantener cinco pibes con esto?
Apenas cinco minutos antes, Gerardo Fernández -abogado del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)- había explicado que el Código Contravencional criminaliza a la pobreza y que fue diseñado lleno de trampas. Había puesto como ejemplo, precisamente, a los vendedores ambulantes: "La norma dice que no está penada la venta callejera si es para la subsistencia. ¿Pero quién fija cuánto es la subsistencia? ¿Son diez caramelos? ¿Son 15 ó 400? Eso es subjetivo y lo termina fijando la policía. En realidad, el Código está pensado para preservar la caja chica de las comisarías, para que haya que pagar coimas. Por eso Constitución y Flores, dos zonas de muchos vendedores ambulantes y mujeres en estado de prostitución, son muy requeridas en la fuerza".
El agente que agitaba el acta ya tenía en sus manos dos documentos de identidad, pertenecían a personas que esperaban en la parada del colectivo y que habían sido elegidas como testigos. Caraza los miraba profundo y los interpelaba:
-Ustedes son obreros, laburantes como yo, no pueden declarar en contra mío.
Los testigos respondían en silencio. Parecían comprender la situación, aunque sucumbían al temor que imponía la policía. Mientras tanto, el subcomisario Florio, a cargo del operativo, comenzó a amenazar a Caraza:
- Si no se identifica lo voy a remitir a la fiscalía- atizaba el subcomisario.
El lugar comenzó a poblarse de periodistas que habían cubierto la muestra itinerante Ninguna Mujer Nace para Puta, montada esa tarde en Plaza Constitución para debatir el controvertido Código Contravencional. También se acercaron integrantes de distintas organizaciones sociales, curiosos y transeúntes. Con una pequeña cámara digital, un policía de civil le sacaba fotos a todos los participantes del encuentro. Su impunidad era tan grande, que no cesaba de obturar la cámara a pesar de haber sido interpelado por las organizadoras de la muestra. El fotógrafo policial -pelo engominado, campera y pantalón negro ceñidos al cuerpo- se llevó retratos de todos y cada uno, aunque no registró el operativo. De pronto, un señor sesentón, de traje y bigote muy prolijo, se salió de la parada del colectivo para increpar al subcomisario Florio:
-¿Por qué no van a buscar a los chorros, a los carteristas que afanan todo el día acá? Deje tranquila a esta gente que lo único que quiere es trabajar.
-No lo hacen porque esos los coimean - respondió Meira .
La respuesta del subcomisario fue una seña a un agente quien, inmediatamente, dobló el brazo de Caraza y lo metió a la fuerza dentro de uno de los patrulleros.
Cristian, el hijo adolescente del vendedor detenido, corrió al móvil policial para intentar proteger a su padre. Pero otro policía, alto, canoso y con los ojos desorbitados lo amenazó:
-Ándate de acá porque te voy a agarrar...Pensar que te tendría que haber levantado tantas veces y te salvé la cabeza. Pero ya te voy a dar...- le repitió una, dos, tres veces.
Si bien la Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos (AMMAR-Capital) había convocado a una jornada para debatir "las putas que parió este Código Contravencional" en la Plaza Constitución, la situación se convirtió en una clase espontánea sobre cómo funciona esa norma diseñada -según subrayó el abogado del CELS- para criminalizar la pobreza.
La jornada había comenzado con una imagen curiosa: un grupo de mujeres tendiendo dos camas a cielo abierto, de frente a un estático Juan José Castelli que con su mirada de bronce supervisaba todo desde un enorme pedestal. En las cabeceras, las almohadas interpelaban con leyendas provocativas: "Zona roja: territorio de explotación sexual delimitado por la corrupción policial", decía una. "Cliente: persona que paga por sexo y goza de impunidad social", definía otra. "¿Cuánto sin forro?", preguntaba una tercera. Las colchas, a su vez, denunciaban muertes, proxenetas y explotadores de distinta laya.
A los pies de las camas se levantaba una pirámide de cajas de cartón, las mismas que reparte el Gobierno de la Ciudad de Buenos de Aires como ayuda alimentaria para carenciados. En sus recovecos asomaba una botella de aceite, un paquete de arroz, otro de fideos, una caja de puré de tomate y un paquete de galletitas, todo sazonado con preservativos. Sonia Sánchez, integrante de AMMAR, daba vueltas alrededor de esa especie de Keops de la pobreza. Y, de repente, encaraba a algún transeúnte:
- Hermana, nosotros no queremos ser putas, pero el Estado te sostiene para que lo seas. Nos da diez forros por semana y una de estas cajas por mes para que lo sigamos siendo. Nosotros no queremos esto, queremos capacitación para trabajar, pero lo que pasa es que el Estado es nuestro proxeneta.
Sonia invitaba a debatir a señoras y señores, a vendedores ambulantes y mujeres en estado de prostitución. A todos les entregaba sus folletos y les ofrecía un mini-tour por la muestra.
-¿Aquí dan alimentos? -preguntó un hombre que apenas modulaba.
- No, esto es una muestra de arte donde debatiremos el Código Contravencional.- respondió Sonia, desafiando con su vozarrón a los ronquidos de los caños de escape de los colectivos.
Un vendedor de tortas fritas, una mujer apurada, una pareja melosa de adolescentes, un grandulón que saboreaba un chupetín, todos pispiaron de qué se trataba hasta que se les arrimó Sonia. Ahí comenzaron la rauda huída. Pero ella fue implacable:
-Te invito a que mires esta realidad que por lo visto no quieres mirar- los intimaba.
El aroma a pancho inundaba la escena y algunos sucumbieron ante la tentación. Un semicírculo de tres decenas de personas se había armado en torno a las camas. Por el medio, seguía desfilando gente.
-Ey, chicos, vengan- gritó Sonia a un tres pibes cartoneros-. Vengan a conocer sus derechos, acá hay un abogado que se los va a explicar. Cuando salen a cartonear, ¿los molesta la policía?
-Y... a veces sí -contestó el mayor de los pibes, mientras se restregaba sus manos callosas-. Nos piden una credencial, si no la tenemos no nos dejan pasar para el lado del Centro. Nos revisan, nos tratan mal. A mi hermano lo llevaron porque cartoneaba nomás.
Gerardo Fernández, el abogado del CELS, les explicaba que lo que ellos hacen no es delito. Algo incrédulo, el chico preguntó tres veces por qué entonces lo detienen. Lo escuchaban también un portero del Instituto Nacional de Arte (IUNA) y un integrante del Ejército de Salvación que pasaban circunstancialmente por ahí y se quedaron prendados de la charla.
Una mujer en estado de prostitución, madre de nueves hijos, se acercó a escuchar. Los chicos la rodeaban mientras ella comentaba su preocupación por la violencia a la que estaban expuestas: compañeras golpeadas, una travesti muerta, otra desfigurada. "Dame material para llevarles a mis compañeras. Somos una bocha de mujeres que no sabemos qué hacer ni para dónde correr cuando nos pasa algo. Nos dicen que hagamos la denuncia, pero ¿a vos te parece que podemos ir a una comisaría?".
Un adolescente se quedó tieso mientras Sonia lo interpelaba: "Te dejé pensando", le dijo ella mientras golpeaba su lapicera el hombro de su interlocutor. Otro joven se acercó tímidamente a pedir un poster de la muestra. Agradeció cuando se lo regalaron y se fue dejando una frase en el aire:
-Todos nacemos de una mujer.
Llegó enseguida el momento de los discursos. La primera en hablar fue Margarita Meira, una de las 14 personas que el próximo 3 de octubre será sentada en el banquillo de los acusados en el juicio oral y público que se les sigue por los incidentes ocurridos frente a la Legislatura porteña mientras se aprobaba el controvertido Código Contravencional.
-El gobierno quiere cambiar una caja con unos pocos alimentos por el trabajo que tuvimos que aprender los vendedores ambulantes. Este código merece llamarse Penal, porque penaliza a los cartoneros, a las mujeres en estado de prostitución, a todos los pobres. Yo estuve 14 meses presa por defender a los vendedores ambulantes - proclamó Meira, que además cuenta con un comedor popular para niños a pocas cuadras de la Plaza Constitución..
Después fue el turno de Fernández, quien aseguró que el Estado descargó toda su furia contra quienes estuvieron ejerciendo su derecho a protestar:
-Este Código es inconstitucional. Atenta contra derechos inalienables. Por ejemplo, se mete con a conducta privada de los seres humanos que no afectan a terceros. Y los que son victimizados son los sectores más vulnerables de la ciudad. Se criminaliza a los que menos tienen.
No bien Fernández dejó el micrófono, la muestra comenzó a desmontarse. Pero fue en ese momento, cuando llegaron ululantes los patrulleros y decidieron dar una clase práctica, invocando el mentado Código Contravencional, decomisando el puestito de golosinas y deteniendo a Caraza.